DIAS DE IRA

Alberto Pérez Carbonell.-

O nos comportamos como la orquesta del Titanic, que tocaba mientras el barco se hundía poco a poco, o actuamos de otra manera. O se instituyen otras leyes que pongan coto al amarillismo infame de la prensa canalla, o tendremos que convenir que la «libertad de prensa»ha de ser entendida como libertad para difamar, injuriar y destrozar impunemente al contrario político. O hacemos que la Judicatura de este país se ponga al servicio del bien común y de la democracia -independientemente de quien gobierne- o habrá que resignarse a convivir, otra vez, con el Tribunal de Orden Público ( TOP) de Franco. Es decir, o plantamos cara al neofascismo rampante, o ese fascismo vuelve a ganar la partida como un cáncer que extiende su metástasis por la política democrática hasta aniquilarla por completo.

No solo es una cuestión de calidad democrática, sino de supervivencia de la propia democracia como expresión suprema del derecho a la igualdad, la legalidad y la paz entre compatriotas. Esos valores son los que están sobre la mesa, y eso es lo que en definitiva nos jugamos desde hace algún tiempo. Podremos votar miles de veces más. Asistir a mítines de partidos de izquierdas y escuchar discursos enfervorizados. Podremos impregnarnos del entusiasmo que atesoran las buenas gentes. Pero si las reglas del juego son las mismas que han producido el tumor maligno, el diagnóstico será el previsto porque no puede ser otro: la vuelta al franquismo en un marco teatral donde nada será lo que parece, sino todo lo contrario.

En nuestro país el viaje hacia la democracia ha sido siempre largo, difícil y peligroso, y ese escenario no ha cambiado. Al contrario, se ha vuelto más difícil de lo que creíamos, más largo de lo previsto y lo suficientemente escabroso y retorcido como para que no pueda descartarse el peligro de haber hecho un viaje a ninguna parte.

¿ Estamos preparados para asumir que la democracia y el Estado de derecho están a punto de convertirse en una caricatura en manos de las fuerzas reaccionarias de siempre? No es fácil saberlo. Quizás sea más cómodo creer que lo que sucede actualmente es una crisis pasajera, aunque no sea cierto. De cualquier forma, las cartas están echadas sobre el verde tapete; cartas marcadas, naturalmente. La disyuntiva es entrar en ese juego perverso o pedir una baraja nueva, unos naipes sin marcar y un nuevo juego,sin trampas, de tahúres de patio carcelario. Posiblemente estemos en ese tiempo en el que no sea posible otra elección.

Por tanto, no se trata de rasgarnos las vestiduras y enjugarnos las lágrimas de rabia en estos días de ira, sino de pedir cambios trascendentales a nuestros líderes y a nosotros mismos. El Consejo General del Poder Judicial, el alma mater de nuestra ley, no puede estar secuestrado por el neofascismos del PP durante más tiempo (¿habrá que decirlo otra vez?). No es una cuestión estética, sino de coherencia con la calidad democrática que se reclama con todo derecho. Pura necesidad. La ley y la justicia son valores esenciales que han de brotar con toda naturalidad de una Judicatura decente, y no deben suponer en modo alguno un acto dramático nacido del «parto de los montes» o del trabajo titánico de Atlas. O se cambie esa deriva maligna o habrá que entender que la democracia ha sido en nuestro país un sueño sin final feliz. Y no nos lo merecemos, creo yo.

Ni los veinte mil manifestantes que están, en estos momentos, inundando la calle de Ferraz y aledaños.