EL NIÑO DEL BALÓN DE CUERO

Alberto Pérez Carbonell.-

Éramos muy niños, pero todavia le recuerdo como si lo tuviera frente a mí. Tenía cara de simplón, no era muy alto, pero poseía un tesoro: un balón de cuero, de esos que manejaban los futbolistas de verdad.
Daba gusto jugar con aquella bola perfecta, oír su sonido seco cuando se le golpeaba: tac-tac. Su tacto era diferente y maravilloso, como la piel de un tambor. Y de su redondez emanaba un leve aroma a caballo o vaca, no como los de ahora, que los hacen de plástico.
Lo malo es que su dueño, aquél chaval pudiente y soberbio, ejercía sobre nosotros una relación tóxica, y disfrutaba chantajeándonos con sus imposiciones absurdas a cuenta de aquella pequeña maravilla de piel.¡ Porca miseria! No hay nada peor que tropezar con un espíritu miserable que posee algo necesario en mayor o menor medida. Es entonces cuando se conoce de cerca hasta qué punto se puede ser rubín, y sacar beneficio de ello.

Un buen día los amigos afines decidimos renunciar al «balón de reclamento» – que así se catalogaba- y volver a nuestra pelota de goma, humilde y llena de parches, pero exenta de prebendas humillantes. Fue una buena decisión. Era mejor jugar sin ataduras filibusteras que obedecer los caprillos de aquél enano tirano, tan parecido a sus papás.
Esta anécdota me recuerda el litigio que el Ejecutivo mantiene con los jueces del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y el resto de la judicatura facha, que se han propuesto paralizar el tránsito natural de las leyes en nuestro país, sobre todo las que pueden afectar al PP, con más de veinte causas pendientes por corrupción y otro delitos propios de gente golfa. Y aplaudo la decisión de Sánchez, que ha hecho todo lo posible por deshacer este nudo gordiano, aunque resultara inútil negociar con quienes buscan el ruido, la obstrucción de la justicia y el enfrentamiento permanente.

Ahora, que sea el Parlamento quien resuelva la cuestión. Si la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que diría Lincoln, no puede haber mejor tribunal que sus señorías parlamentarias para rescatar la dignidad de la ley del secuestro de esas togas levantiscas y facinerosas. Será un espectáculo ver defenestrado a ese nido de cavernícolas togados, que entienden la democracia como un dolor de muelas que hay que combatir con una tortilla de aspirinas hecha con un montón de «güevos» y mucha mala leche. Ingredientes habituales en los ambientes cuarteleros y juzgados varios, donde la política no debe entrar, pero lo hace con derroche de chulería, banderas rancias y un infinito desprecio por la ley, esa cosa molesta que unos y otros pretenden sustituir por el código militar o la arbitrariedad jurídica, que es de lo que se trata.

Decía Paul Auster que, para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión. Estoy de acuerdo, y si nos quitan la democracia – los jueces pretenden hacerlo con su actitud- nos quitan todo. Y este panorama me hace entender todavía mejor la postura del Presidente y sus colegas: se acabó el «purgatorio». Que la gentuza togada se vaya directamente al infierno. O lo que es igual, que emprendan el camino de regreso al seno del PP-VOX, de donde nunca debieron salir con disfraces de demócratas; y para mayor gloria de la democracia, la ley y la concordia.
Además, en todo caso prefiero jugar con nuestra pelota de goma y dejar que el niño con el balón de cuero, el de la empanada gallega, se cueza en su propio jugo, a fuego lento, en la marmita de sus «principios».
Y no, «no se acabó la fiesta». La fiesta de la democracia no la va a estropear ningún parásito, por muy delincuente que sea. Y los jueces fachas, tampoco.