EL CONDENADO A MUERTE

Pedro González Lerma.-

Este reino era una balsa de aceite, sus ciudadanos solo cometían faltas muy leves. Los más osados que traspasaban los muros de las leyes establecidas, a veces, eran expulsados del país. Los cuidadores del orden eran muy permisivos, y les consentían ciertas visitas si en ellos hallaban propósito de arrepentimiento.

Para la ejecución del ciudadano que acabó con la vida de su esposa, planteó a los gobernantes uno de los problemas más serios a resolver. Por tal motivo todo eran achaques.

No tenemos verdugo, ni guillotina, ni garrote, y un pelotón de fusilamiento no tiene experiencia, etc.

Agotados todos los recursos, decidieron celebrar un plebiscito para hallar la forma de ejecutarlo.

Arrepentido el asesino, una noche con sumo cuidado, rasgó su tosco jubón, con los tirajos trenzó una cuerda, en un extremo confeccionó un nudo escurridizo, y se lo puso en el cuello, subido en el catre, amarró la otra punta a la reja del tragaluz de la celda, saltó, y en unos segundos acabó con el problema que antes había creado.